Francamente, no se donde me encuentro. Es probable que haber dado tantas vueltas me haya mareado o que, a causa de lo mismo, me haya extraviado entre pasillo y pasillo. Hace unos días cuando estaba en el metro, me imaginé toda esta historia en la cabeza, que te incluye obviamente. Estaba sentada y vi a esta pareja subirse en una estación de las tantas que tiene la capital y, me llamó la atención lo parecidos que éramos a ellos. Él casi tan bonito como tú y ella, sujetada a su cintura, mirándole mientras él veía como el metro dejaba atrás la luminosidad y se adentraba en ese túnel casi sin fin en el que uno puede ver las paredes negras y poco más. Hablaban con tranquilidad, hablaban pero cuando se miraban el vagón se iluminaba, se podía sentir la magia o quizás esa felicidad que en soledad uno pierde. Te imaginé en sus pies y yo en los de ella. Un momento, encontrándonos rodeados de gente curiosa por saber lo que se siente al ser como ellos, que no tienen límites en los deseos. Podía notar la envidia de otras chicas mirándote con ganas de comerte y yo, tan tonta como siempre, sujetándote de la mano para gritar sin palabras ‘es mio’ esperando que nunca me sueltes, que nunca me dejes, por otras mujeres mejor pintadas, con más experiencia, mejores en todo sentido. Siempre oculté ese brillo opaco en mis ojos, ese brillo que dices que oculta tristeza, una muy profunda, casi inalcanzable, por poco sin remedio. Y cuando los vi besándose, tuve que apartar mi mirada porque de sólo imaginarte me dueles en los labios, me quemas en el corazón. Tu amor es una estaca clavada en cada extremidad de mi cuerpo, venenosa por tu ausencia, que me deja caer, tu amor me vuelve débil. Volví a mirarlos con disimulo, los encontré mirándose, parecían lo más cercano a la eternidad, había tanta vida en sus ojos que daba rabia no tener toda esa pasión bajo la manga. Las personas bajaban y subían del vagón ajenos a todo y así también, me bajé yo, dejando atrás ese sueño que compartimos algún día, bajándome de la nube en la que me sumí a tu lado, cayendo a tierra. Me quedé mirando cómo se perdía vagón tras vagón. Con esa velocidad que quita el aire, que se vuelve neblina y luego, le deja a una esperando que la próxima vez que uno se suma en la oscuridad sea acompañada de más que un poco de música o un libro por leer.
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