Seguía viéndome con él por puro egoísmo. Porque me inspiraba, el dolor, lo que me hizo, lo que dejó de hacer, lo que sigue haciendo. Yo no le he querido nunca, he vivido engañada todos estos años creyéndome enamorada, cuando la realidad es que me enganché a él como quién se cuelga de una nueva droga y se arruina, y arruina a los demás por esa mierda. Y nunca supe salir de ahí. Se convirtió en un bucle. Nada salía, pero siempre entraban más colores, sobre todo grises. Nunca volvimos a estar a solas desde aquello, a mirarnos sin que nadie nos observara, a callarnos y esperar que la química hiciese el resto. Nunca tuvimos el valor suficiente. Sólo nos dejábamos deleitar con presencias pactadas cuando los demás nos reunían en algún lugar común, casi siempre, un parque o una tienda, la misma de siempre. Nos regalábamos algunas de las risas que antaño hubieran hecho que esa noche durmiera como una niña feliz, risueña, ilusionada, y con las que ahora nos conformábamos para llevarnos un buen sabor de boca a casa...
Siempre pensé que había gente a nuestro alrededor que se estaba dando cuenta de que había alguna pieza que no acababa de encajar, que todavía nos brillaba un poco el alma detrás de nuestras corazas. No lo pregunté, y él tampoco, de eso estoy segura. Notaba que él se contentaba con que yo hiciera algún que otro gesto de más, se sentía fuerte, como que no había apagado el fuego del todo y yo todavía seguía intentando saltar por encima de las llamas...
Él reaccionaba de formas dispares. O bien evitaba reaccionar a mis impulsos y hacerme sentir como la que perdió, o bien si yo llevaba rato sin dirigir la mirada hacia alguno de sus movimientos, corría a buscarme perdida en otros ojos o en otros labios, y esperaba una reacción. Que levantara la cabeza e hiciese alguna mueca que él pudiese traducir a su antojo en una respuesta que le hiciera feliz. Yo sin embargo actuaba por puro instinto, sin hacer caso a mis lágrimas de ayer ni a mis sonrisas de mañana.
No tenía una estrategia definida y por lo tanto jugaba a tentarle, a ponerle nervioso, qué se yo, a casi todo por tal de que él supiera que a pesar de todo, estaba ahí y seguía viva. Muy viva. Ese comportamiento me ayudaba a seguir pero me hundía a la vez. Quería resignarme, darle la razón a la indiferencia, que todo pasase a un segundo plano, que se alejase del protagonista y la escena principal, buscar en otros ambientes, detrás de los focos, entre bambalinas, en las tomas falsas o qué se yo, en otro punto de enfoque que no se fijara sólo en el drama argumental que hacía interesante al film.
Pero entendí que esa lucha era un acto inútil, una pérdida de tiempo. Que mi "yo" nunca dejaría que actuase la razón ni daría un poco de lucidez a esa historia. Que por más que lo necesitara, yo quería otra cosa, quería ese azul en mi cielo, quería vendarme hasta el cuello y volver a caerme semanas después, quería experimentarlo todo hasta que acabase de matarme. Era la única forma de sentir. De no apuntar otro fracaso. (…) Y llegó él. En el lugar y momento que menos lo esperaba. Con un paseo bajo la luz de la luna valenciana. Siempre fue mi ciudad, desde antes de nacer creo. Y hasta hoy. Y ahora, te miro y simplemente sonrío al recordar esa historia. El daño que me hizo sin sentido alguno, pues no fueron más que un puñado de sentimientos fruto de mi imaginación y de mis ganas de saber el significado de la palabra "en-AMOR-arse". Ahora se que tal vez te quise, tal vez... pero jamás estuve enamorada de ti. Jamás te amé... Y sonrío feliz al saber, que al fin y al cabo, no hice las cosas tan mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario