Comenzaré esta autobiografía
desde el principio: EDUCACIÓN INFANTIL.
Cuando recuerdo mi paso por aquella etapa pienso en lo gratificante que tuvo
que ser, ya que mi subconsciente me ha traído, diecisiete años después de aquel
día en que pisé por primera vez mi aula de infantil, hasta aquí: un sitio donde
busco de una forma casi ansiosa regresar a ese lugar donde comenzó todo, eso
sí, esta vez desde el punto de vista de ella: mi profesora.
De aquella etapa recuerdo menos
de lo que me gustaría recordar. Recuerdo algunas de esas canciones que marcaban
mi día a día, recuerdo las mesas redondas y a prácticamente todos los
compañeros que formaban parte de ellas, recuerdo el tobogán amarillo y rosa que
estaba presente al final del aula, los columpios naranjas del “patio de arena”, y también todas las
actuaciones de Navidad. Pero todo aquello terminó dando paso a una nueva etapa:
EDUCACIÓN PRIMARIA. Recuerdo que al
principio todo fue un poco confuso, miraba perpleja todos esos libros nuevos,
esas mesas cuadradas, y pienso que ni mis compañeros ni yo terminamos de
entender muy bien por qué todos los profesores se empeñaban en ponerle nombre a
cada conocimiento aprendido. Matemáticas, Lengua, Conocimiento del Medio…
parecía que detrás de cada uno de esos nombres se escondía un intento de
cuadricular nuestras mentes.
Y entre nombre y nombre, llegamos
a otra nueva etapa: EDUCACIÓN SECUNDARIA.
Recuerdo que desde el primer momento en que puse un pie en el aula de 1ºB de la
ESO supe que todo iba a cambiar. Los profesores (a excepción de unos pocos)
iban a olvidarse de manera radical de si realmente lográbamos nuestro objetivo
de aprender, para centrarse en poner una nota numérica a nuestra capacidad de
memorizar bien sus propios apuntes o bien, los apuntes de otros en forma de
libro de texto. Recuerdo que durante aquella época iba a desarrollarse también
mi interés por la lectura, el cual vino impulsado por una motivación externa al
centro escolar, el cual únicamente ofrecía lecturas
obligatorias sin ningún interés para mis compañeros ni para mi, los cuales
(como su propio nombre indica) veíamos como una obligación. Recuerdo la Educación
Secundaria como la etapa del fracaso escolar y el abandono, el cual siempre
pensé que venía motivado por la falta de motivación de dicha etapa, unida a su
vez al empeño de, con apenas 11 ó 12 años, provocar un salto académico en
nuestras vidas, que en la mayoría de las ocasiones se reducía a una simple edad
cronológica y una desigualdad madurativa entre unos y otros alumnos.
Pero el tiempo fue pasando y
llegó otra nueva etapa: BACHILLERATO.
Esta etapa la recuerdo como “el paso
anterior a la Selectividad”, ya que esta palabra podía repetirse como diez
o doce veces a lo largo del día en boca de los distintos profesores. La
metodología empleada se reducía a: el profesor habla y el alumno escucha,
subraya, memoriza y aprueba.
Y entre examen y examen fue
pasando el tiempo hasta la que debería ser la última etapa antes de trabajar en
aquello que he elegido estudiar: LA
UNIVERSIDAD. Aquí me he encontrado con profesores y asignaturas cuya
metodología recordaba a la etapa de educación infantil, metodologías similares
a las de la etapa primaria, secundaria e incluso asignaturas que prometían
hacernos regresar a educación infantil y terminaron siendo similares a
Bachillerato, modificando la palabra “Selectividad”
por “examen final”. También me he
encontrado con un ensayo de la que espero que sea mi futura profesión: LAS PRÁCTICAS. Es probable que este
período hasta sido uno de los mejores que he vivido durante mi período
educativo. Quizás no sea una simple coincidencia que la Educación Infantil y el
período de prácticas han sido las dos etapas que más me han aportado a nivel
formativo y profesional.
(Extraído de la asignatura: Innovación Educativa. Segundo Curso de Magisterio de Educación Infantil en la Universidad de Alcalá de Henares. Fdo: Silvia G.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario