Esperar. Pasamos la vida esperando. Esperar a que salga el sol. Esperar el autobús. Esperar al viernes. Inevitablemente llega un día en el que te sientas con un café en la mano en la hamaca de tu terraza y empiezas a reflexionar sobre todas esas cosas que esperas que sucedan. Y cuentas los días que han pasado y los que tienen que pasar, pensando si merece la pena estructurar planes para que vayan paulatinamente borrándose de nuestras memorias sin llegar nunca a realizarse. Y al final te duele un poco hacer balance y tener que volver a preguntarte porque no sucedió. Si el problema soy yo o si son causas externas, como esta ciudad o el frío que ha vuelto a finales del mes de Marzo. Si es por las marcas de alergia, por esos kilos de más o por las uñas de dos centímetros. No me duele cada fracaso, me duele no saber encontrar su motivo. Me duele que cada desengaño es una piedra más que me impide pensar que algún día saltaré en paracaídas o viviré en un ático con una cama grande vestida con sábanas blancas. Llega un día en el que inevitablemente te sientas con un café y te das cuenta de que te has cansado de buscar la felicidad en cosas inertes como canciones, vestidos o zumos de naranjas recién exprimidas. ¿Dónde están los momentos grandes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario