Es increíble, lo mucho que puede cambiar tu vida en unas décimas de segundo, en un simple suspiro, en un simple gesto... El de girarte hacia la derecha sin esperar encontrar nada y encontrando aquello que siempre buscaste. Contemplarle a él a cinco pasos de ti con una camiseta que parece recoger todos aquellos pequeños instantes que algún día te recordaron el sabor de la felicidad. Y de repente, en ese pequeño gesto se encuentra el derrumbe de todas aquellas promesas que un día defendiste, de todos aquellos te quieros que juraste no repetir, o al menos no a él. Un simple gesto sirve para sentir como ese corazón que creíste que no volvería a latir, vuelve a ponerse en marcha a un ritmo casi frenético. Y es en ese preciso instante cuando comprendes que todo ha cambiado, que todas esas promesas han perdido su sentido en tan solo unos minutos, que algo te dice que es hora de sonreír, de correr hacia él quitándote de encima todos aquellos prejuicios que un día se interpusieron entre vosotros. Y lo haces, no tienes nada que perder y mucho que ganar. Solamente quieres estar con él. Tú y él; vosotros... Y es en ese momento cuando entregas la vida en un beso, cuando podría pararse el mundo que tu seguirías girando, del mismo modo en que un día el mundo lo hizo mientras tu te encontrabas sentada en un pequeño banco de ese estanque, detenida, derrotada. Esta vez eres tú quien gira, eres tú quien nunca se cansará de girar...
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